Debe ser por el entusiasmo que Kimani se ve tan bien. La BBC cuenta que el keniano está feliz por haber cumplido su sueño de entrar al colegio y también lo están las autoridades de su país, que no esperaban que alguien tan viejo respondiera a la política de hacer gratuita la educación primaria. Pero Kimani quería aprender a contar la plata que espera le pagarán por haber peleado contra los británicos en 1950 y también quería aprender a leer para poder descifrar la Biblia porque no cree en la versión que le dan cada domingo en la iglesia.
A Kimani Nganga Maruge le queda bien el uniforme de su escuela. Todo un mérito si se piensa que no a cualquier persona de 85 años le sientan un par de pantalones cortos, una camisa celeste escolar y unos largos calcetines blancos.
Debe ser por el entusiasmo que Kimani se ve tan bien. La BBC cuenta que el keniano está feliz por haber cumplido su sueño de entrar al colegio y también lo están las autoridades de su país, que no esperaban que alguien tan viejo respondiera a la política de hacer gratuita la educación primaria. Pero Kimani quería aprender a contar la plata que espera le pagarán por haber peleado contra los británicos en 1950 y también quería aprender a leer para poder descifrar la Biblia porque no cree en la versión que le dan cada domingo en la iglesia.
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Un joven soldado de la Unión perdió al hermano mayor y al padre en la batalla de Gettysburg. El soldado decidió ir a Washington, con la intención de entrevistarse con el presidente Lincoln y pedirle que lo exceptuara del servicio militar, para poder volver a su casa y ayudar a su madre y a su hermana en las labores agrícolas.
El guardia que estaba de turno en la Casa de Gobierno le comunicó que no podía ver al Presidente, ya que estaba muy ocupado. Le ordenó que se fuera y volviera al campo de batalla. Desilusionado, el soldado se sentó en un banco de la plaza cercana de la Casa Blanca. Allí estaba, sin saber qué hacer, cuando se acercó un niño adonde estaba y viéndolo triste, le preguntó qué le ocurría. El soldado le contó su historia. Un joven hombre estaba corriendo una carrera y se percató de que cada vez quedaba más atrás de los demás competidores. Sus amigos lo alentaban desde las líneas laterales, pero parecía que esto no surtía efecto. Sin embargo, de repente, sus labios comenzaron a moverse con regularidad, sus piernas incrementaron la velocidad, y para sorpresa y aliento de todos los espectadores que estaban viendo la carrera, comenzó a pasar uno por uno a sus competidores… ¡y ganó la carrera!
Luego de recibir la medalla y las felicitaciones de su entrenador y sus compañeros de equipo, se dirigió a sus amigos. Uno de ellos le preguntó: Podíamos ver tus labios moverse pero no podíamos escuchar lo que decías. ¿Qué estabas murmurando?. Un equipo de botánicos participaba en una investigación de flores extrañas en los Alpes. En el pequeño saliente de una roca se pudo identificar un fino ejemplar, el cual podía ser alcanzado solamente por medio de una cuerda salvavidas. El trabajo era demasiado peligroso para los inexpertos botánicos, por lo tanto, llamaron a un joven pastor de ovejas que conocía muy bien la región. Le ofrecieron al chico varias monedas de oro para que se deslizara por la cuerda y tomara la extraña flor.
Aunque el chico deseaba las monedas con desesperación, temía, pues el trabajo era demasiado peligroso. Varias veces echó un vistazo sobre el precipicio, pero no podía ver la forma segura de alcanzar la flor. Además, él tendría que depositar su confianza en las manos de gente extraña que estarían sosteniendo la cuerda salvavidas. Había un hombre muy precavido que
Aquel que nunca se rió ni jugó; el nunca se arriesgó, ni nunca intentó nada, el nunca cantó u oró. Y cuando un día murió, el seguro de vida se negó a pagar, porque, como nunca había vivido, ¡dijeron que no había muerto! Aquel sábado, Andrea no estaba de ánimo para tolerar las payasadas mañaneras de su hijo de 6 años. Mientras Steven discutía con sus amigos por un juego de video, ella sentía la presión de un montón de asuntos, que requerían de su inmediata atención.
Los productos alimenticios recién comprados para la cena del próximo día, ocupaban todo el espacio disponible sobre el desayunador de la cocina. Debajo de ellos, la lección de Escuela Dominical que debía preparar. La ropa de toda una semana, aún por lavar, yacía amontonada entre el cuarto de lavandería y la cocina. Y para colmo, la desconcertante carta de un amigo lejano que se encontraba en gran necesidad, se balanceaba al borde del fregadero. Con gran enfado, el joven arrojó su llave mecánica a la entrada de los autos, yendo a parar lejos. Por horas había intentado cambiar las bandas de los frenos del pequeño auto importado de su esposa. De nada sirvió que fuera el mejor de los mecánicos “mediocres”.
Finalmente, exasperado entró a la casa como un torbellino e informó a su esposa que había un problema serio con su carro que no podía solucionar. -Es más -gritó-, no sé si alguien pueda repararlo. Un popular chiste en Internet dice algo así:
Una secretaria, un asesor legal y un socio de una gran empresa jurídica se dirigen a almorzar cuando encuentran una antigua lámpara de aceite. La frotan y aparece un genio en una nube de humo. Este dijo: -Por lo general concedo sólo tres deseos, de modo que daré uno a cada uno de ustedes. Bo Jackson, el prodigioso atleta que alcanzó la excelencia en el fútbol americano y el béisbol profesional, tuvo que luchar con gran cantidad de veteranos experimentados que por experiencia “sabían” que a nadie le sería posible triunfar en dos deportes. “¿Te acuerdas de Gene Conley, Danny Finge y Dave De Busschere?, le decían a Bo. “Ellos trataron de dedicarse a dos deportes profesionales y tuvieron que renunciar a uno”.
¿La respuesta de Bo? “Siempre nos encontramos con personas que tratan de dirigir nuestra vida y decirnos qué podemos y qué no podemos hacer. Esto no está bien. Uno simplemente tiene que hacer lo que pueda y no debe preocuparse por lo que digan los demás”. Bo les pudo demostrar a los veteranos su equivocación triunfando tanto en el fútbol como en el béisbol. La casa comenzó a incendiarse, el chico estaba solo, ambos padres habían salido a trabajar. El chico subió al techo dado que el fuego había comenzado en la cocina…
Los vecinos llamaron a los bomberos y le avisaron a la fábrica del padre que estaba a pocas cuadras… el humo aumentaba y también la desesperación; el padre llegó corriendo y le gritaba a su hijo: “Tiráte que yo te sostengo…”…¡! “No, no, no me puedo tirar porque no te veo, no sé donde estás…¡!… ” |
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April 2014
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